Dice un viejo refrán que «El camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones» y, en este caso, tiene toda la razón. El rey Viserys nunca tuvo malos propósitos. Deseaba cumplir bien su deber como monarca, marido, padre y miembro de la Casa Targaryen (con el pesado secreto que ello implica), pero sus acciones tuvieron consecuencias no previstas, aunque sí previsibles, que terminaron dando al traste con todos sus planes de futuro de la peor forma posible: con una devastadora y multitudinaria guerra civil fratricida por la posesión del Trono de Hierro librada por tierra, mar y aire.

Las ambiciones irreconciliables que dividen a su numerosa y disfuncional progenie han sido más fuertes que sus tardíos y tibios intentos de forjar una reconciliación. Sin su presencia «pacificadora», ya no hay nada que pueda detener el baño de sangre. Las cartas están sobre la mesa, las espadas desenvainadas y los señores del reino sin más opción que escoger bando, ya sea por convicción o con la esperanza de que el elegido les proteja de las iras del otro. La Danza de los Dragones está a punto de comenzar y los habitantes de Poniente no volverán a mirar tranquilos al cielo en mucho tiempo.
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